Por Danilo Contreras

A principios de este año un grupo de organizaciones sociales, sindicales y políticas lanzaron mi nombre como pre – candidato a la Gobernación de Bolívar por el Pacto Histórico, nominación que recibo con humildad. Luego de consultar con familiares y amigos he aceptado ese enorme desafío que implica, en primera instancia, convencer a las fuerzas que integran el Pacto en el departamento y, lo más importante, concitar la confianza de las ciudadanías libres e independientes de la región, que son en últimas las depositarias de la fuerza electoral capaz de impulsar transformaciones.

Una de las razones por las que he aceptado el reto, es porque entiendo que el triunfo de Gustavo Petro, que resultaba impensable para muchos, ha variado la racionalidad política del país que ha sido testigo de cómo las innovaciones en el ejercicio electoral pueden enfrentar con éxito las viejas costumbres políticas que se sustentan en la “tula”, el clientelismo, la subasta anticipada de la contratación pública y el sometimiento de voluntades ciudadanas que aún no alcanzan un nivel adecuado de madurez y autonomía frente a quienes han sido sus explotadores.

No se trata de una simple quimera, sino de un propósito que cuenta con antecedentes. En efecto, como nunca, desde que tengo conciencia política, una candidata a la Cámara de Representantes por Bolívar, alternativa, palenquera y con poca experiencia en el trajín electoral, pero preparada académicamente y con reconocido trabajo social, como Cha Dorina Hernández, ha logrado una curul en el congreso de la República a pesar del derroche de dinero de las listas de los partidos políticos tradicionales en Bolívar. Se logró con unidad e innovación en el quehacer político, alrededor de la lista cerrada a Cámara del Pacto Histórico en Bolívar, esto es, asumiendo que las microempresas electorales de las listas abiertas solo podían ser derrotadas con una lista cerrada que privilegiara la cohesión frente a las mezquindades particulares del comercio politiquero.

Antes de las elecciones de 2022 y aún ahora, las encuestas muestran que la marca “Pacto Histórico” en Bolívar tiene las preferencias de la ciudadanía que sigue deseosa de avanzar en el propósito del cambio.

Pero la pregunta fundamental que un candidato o candidata debe hacerse para responder a la esperanza de transformaciones reales que anida en el corazón del pueblo debe ser la siguiente: ¿En qué consiste un programa de cambio que amerite que la ciudadanía, mayoritariamente, apoye con su voto?

Ofrezco algunas respuestas en las breves líneas que siguen.

En múltiples escritos he propuesto una tesis según la cual no basta votar por candidatos o candidatas “malandrines o anti malandrines”, sino que es menester votar por una propuesta que impulse el cambio del modelo de desarrollo elitista, corrupto, racista, segregador y depredador del medio ambiente que ha regido los destinos de Cartagena y Bolívar, más allá del elegido o elegida de turno, pues tanto “malandrines como anti malandrines” sirven y son funcionales al modelo que criticamos.

Esa idea se ha ido fortaleciendo en mis reflexiones y en el diálogo que permanentemente sostengo con líderes y lideresas populares de Cartagena y Bolívar, así como en algunas lecturas que dan fundamento a nuestras convicciones. 

La transformación necesaria del modelo de desarrollo local y departamental va más allá de una concepción economicista, conforme lo sostiene Ramón Grosfoguel, sociólogo de origen puertorriqueño y profesor de la Universidad de California, vale decir, el cambio no solo consiste en la reconfiguración de estructuras económicas según lo predica la izquierda ortodoxa, sino que tiene que ver con una concepción epistemológica de nuestra manera de ser en la sociedad y de nuestra relación con la naturaleza. Más concretamente, el cambio consiste en la forma como concebimos la civilización, dice.

Grosfoguel afirma que hemos entendido el desarrollo bajo presupuestos racistas, machistas y exclusivamente eurocéntricos, lo cual no implica un desconocimiento de los aportes al conocimiento de la cultura occidental, sino un llamado al abordamiento crítico de la realidad, para privilegiar otras maneras de concebir el mundo y la relación, hasta ahora depredadora, del ser humano con la naturaleza.

Centrémonos en uno de esos errados presupuestos del modelo de desarrollo actual: El racismo.

Al respecto Ramón Grosfoguel señala en un ensayo, que: “el racismo epistémico es la forma fundacional y la versión más antigua del racismo en cuanto la inferioridad de los «no occidentales» como seres inferiores a los humanos (no humanos o subhumanos), se define con base en su cercanía a la animalidad y el último con base en la inteligencia inferior y, por ende, la falta de racionalidad”.

Este análisis tiene materialización en nuestra realidad política en un episodio conocido y relativamente reciente del trajín electoral local.

Muchos recuerdan unos audios previos a la campaña regional de 2019 en la que Vicente Blel padre sostenía textualmente lo siguiente: Aquí el 80 por ciento de la gente a veces no tiene ni para comer. Es la idiosincrasia de la gente, el negro es flojo, no le gusta trabajar. Ve, ellos trabajan de lunes a viernes, el viernes se mamaron la plata que se ganaron (…) Vaya usted después del Pie de La Popa pa’ allá para que vea el picó prendido bebiendo cerveza. No son capaces de hacer un mercado”.

Cuando los dirigentes conciben el gobierno y el desarrollo desde esta perspectiva, los resultados no pueden ser otros que pobreza, exclusión, segregación y prevalencia del interés particular sobre los intereses de las mayorías necesitadas.

Concepciones como estas son las que proponemos cambiar.

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