Por Rubén David Salas Arias

Al expresar un pensamiento, para distinguir lo que se quiere decir (idea previa) y la narrativa (expresión posterior), las formas y los contextos son relevantes en la comprensión del sentido de la palabra. Es así como la política -desde el encuentro social- y la historia importan en las interacciones comunicativas. En especial, porque subyacen relaciones de poder, el curso de los hechos, y las posibilidades prácticas para la ejecución de acciones resultantes de los discursos  -entendidos como el conjunto de enunciados producto del encadenamiento de representaciones-. Sucede que esas herramientas humanas están articuladas e inciden en la  formación de las narrativas y la construcción de la realidad.

Un ejemplo sobre la relación entre una representación y su sentido se encuentra en la obra de arte “La traición de la imágenes” de René Magritte -el icónico cuadro al óleo sobre lienzo con el enunciado Ceci n´est pas une pipe (Esto no es una pipa)-. La pintura evidencia que en la cotidianidad lo que se quiere decir no necesariamente está reflejado en la encadenación de representaciones explícitamente; por lo que, las expresiones serían una construcción de ideas ajenas a la realidad práctica. Esto generaría una brecha comunicativa que impediría la ejecución de acciones correspondientes con las ideas previas. Para lo cual, se debería acudir a especificaciones más precisas que ayuden a expresar el pragmatismo de los hechos -hay una representación de una pipa, no una pipa-.

Cada palabra -como representación- contiene una promesa de significado según ideas provenientes de la subjetividad del deseo; por lo cual, no es extraño que el sentido de las expresiones con intención de comunicar se explique por un carácter “sentimental”. De ahí que en los discursos se quiera llegar a esos sentimientos y movilizar las pasiones. Sin embargo, en esa movilización se podrían cegar los sentidos y la razón, presentándose espacios para el engaño consentido y la mala interpretación, propiciando la decepción y el desdén por la realidad ante promesas incumplidas.

Por tal motivo, es importante tener conciencia sobre a qué atiende la palabra usada en un discurso. Esas representaciones hiladas en expresiones no son la mera ejecución de una narrativa. Componen un origen, una idea y una percepción de realidad, la cual no necesariamente se expresa de manera total (siempre es aproximada). Debido a que hoy es difícil acudir al sentido exacto desde el origen, y de ahí representar lo real. A su vez, porque la inmediatez demandada en la actualidad no da espacios para las reflexiones a conciencia.

Es así como las palabras funcionan como un engaño práctico, al cual los usuarios del lenguaje acuerdan hasta qué punto se dejan enredar. Por lo tanto, cuestionemos la forma de representación de la realidad y los hechos subyacentes en los usos del lenguaje por medio de los discursos. Hagamos un análisis de las relaciones de poder en las que participamos y la historia que nos define, con la finalidad de encontrar un punto de satisfacción para el entendimiento y la comprensión de los discursos y sus narrativas evitando malentendidos comunicativos. Tras el juicio reflexivo está el sentido de la palabra.

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