Por Danilo Conteras
En un viejo artículo de Eduardo Caballero Calderón, autor de la obra clásica de la literatura colombiana que alimenta el título de esta nota, se lee: “Los terratenientes no tienen más tormento que alejarse de la hacienda, ellos no pierden nada, ni la tierra ni el buen nombre, porque al fin y al cabo los que se matan a machete y a fuego son los campesinos”.
Pocos ponen en cuestión que la violencia estructural de este país encuentra origen en las luchas por la tierra entre los grandes latifundistas que mantiene sometido al campesinado a un régimen feudal que desde finales de los setenta se combinó fatalmente con los perversos males del narcotráfico. Un verdadero anatema consentido por las élites y que impide el progreso y la paz de la República.
La reforma agraria ha sido a lo largo de nuestra historia, una secuencia mortífera de fracasos y frustraciones.
En la década de los años 30 del siglo XX, un “gran burgués”, quizás consciente de los males que traía al país la concentración de la propiedad rural, intento una reforma agraria que fue saboteada por los latifundistas y terminó enervada por el gobierno de Eduardo Santos, cuya “moderación” acalló los anhelos de los campesinos. El golpe final fue la ley 100 de 1944 con la que el viejo López se “patraceo”. Esa es la historia poco conocida de la “Revolución en Marcha”.
Luego, Alberto Lleras intenta una reforma rural con la creación del Incora, pero a Lleras Camargo sigue el gobierno conservador del Frente Nacional de León Valencia, cuya nieta, a nombre de los terratenientes, sigue hoy poniendo palos en la rueda de la redistribución de la tierra.
Al final de la década de los sesenta, Carlos Lleras Restrepo le pone bríos al propósito de ofrecer tierra al campesinado y ordena a su ministro Apolinar Díaz Callejas, organizar a los campesinos de su natal departamento de Sucre. Es el inicio de la legendaria saga de la ANUC que fue masacrada por lustros.
Importante destacar que la propuesta de organizar al campesinado surgió de la voluntad política del abuelo del doctor “cocotazo” que deplorablemente sigue dando brega en la política, así como Paloma Valencia.
La traición vino entonces del siguiente gobierno conservador de Misael Pastrana que craneó el nefasto “Pacto de Chicoral”, que destruyó los pocos avances de la propuesta de Carlos Lleras.
Inopinadamente, Juan Manuel Santos, representante de la crema y nata de los privilegios nacionales, zar de la guerra nacional y nieto del Eduardo que decretó la “pausa” a los tímidos intentos de López Pumarejo por la reforma agraria, logra los acuerdos con la Farc que en su punto uno convienen la reforma rural integral que apuesta a entregar 3 millones de hectáreas al campesinado.
Luego de aquello, como todos saben, la consigna de los sectores más retardatarios del país fue “hacer trizas los acuerdos”, lo que lograron minuciosamente con el presidente postizo que le dejó Álvaro Uribe últimamente a la nación.
Ahora Gustavo Petro vuelve a intentar la reforma rural citando como cifra histórica a López Pumarejo y reviviendo la propuesta de Lleras Restrepo y Apolinar Díaz Callejas, de organizar a los campesinos.
Y ciertamente tiene razón el presidente pues el campesino sin organización no puede competir en los mercados ni presionar el acceso a la propiedad de la tierra que fue el sueño solitario y fracasado de Siervo Joya, protagonista de la novela de Eduardo Caballero Calderón que da título a esta nota.
La mera alusión a la posibilidad de organización de los campesinos levantada por el gobierno actual, ha sido interpretada ya como una iniciativa subversiva por los terratenientes que concentran con egoísmo que los condena ante el Dios que profesan y vaticinan, entre líneas, que nuevamente ahogarán en sangre el nuevo intento de reforma para sumir al país en un nuevo ciclo de violencia.
Según datos de Fao “… los pequeños agricultores del mundo producen alrededor de un tercio de los alimentos a nivel mundial y cinco de cada seis explotaciones agrícolas en el mundo tienen una superficie inferior a dos hectáreas, operan solo en alrededor del 12 % de los terrenos agrícolas totales y producen aproximadamente el 35 % de los alimentos del mundo”.
Pese a tales cifras los dueños de la tierra en Colombia, con torpe e insensato egoísmo, parecen no dudar en repetir eternamente la historia de Siervo Joya y mantener hundida a la gente en un remolino de violencia.