Una de las grandes incertidumbres que se ciernen sobre el horizonte en estos tiempos desafortunados de pandemias y violencias, es lo que pasará con nuestra juventud.

La pandemia ha desterrado a los jóvenes de las aulas de clase y de esa manera se les ha privado del tesoro que es la educación, como instrumento que les permite comprender el complejo y agitado mundo en que viven y compartir con el combo de los amigos las experiencias de vida que serán los buenos recuerdos del futuro.

Esta semana que acaba de pasar, el programa Cartagena Como Vamos, revela que Cartagena es una ciudad joven. El 60% de nuestros paisanos es menor de 35 años, de lo que se desprende que se trata de un conglomerado que debe seguir construyéndose y la mejor herramienta para ello es la educación de calidad en todos los niveles.

Sin embargo las cifras en esa materia no son halagadoras: el 4% de los matriculados deserta de la escuela y si desagregamos esa cifra encontramos que entre los niños menores de 5 años, la deserción es del 7%, en una etapa crucial en la que el cerebro está en plena disposición para el aprendizaje, según argumentan los expertos.

Ahora que no es posible la educación presencial, las cifras del acceso a medios tecnológicos son deprimentes: Solo el 20% de la población estudiantil tiene acceso a Internet fijo; solo el 31% cuenta con un Smartphone y apenas el 10% con un computador o una Tablet. Como es posible el derecho a educarse de nuestros jóvenes en esas condiciones. En este contexto es fácil suponer que los pelaos están a merced de lo que les depare la escuela de la vida en las calles y las esquinas.

Por si eso fuera poco la violencia que se ha adueñado de las calles en los aciagos días de la pandemia, ha hecho de los jóvenes su presa favorita, no solo en Cartagena en donde no hay un pronunciamiento claro en relación a la muerte del joven Harold Morales cuyos sueños de deportista fueron truncados por los excesos de la represión de las autoridades.

La democracia es un sistema de gobierno que exige la prevalencia de la razón y esta solo se construye y derriba los prejuicios y las supersticiones en la medida que se ejercita en el conocimiento y se persiste en el aprendizaje constante de lo que han sido las experiencias de la humanidad.

Un joven alejado de las aulas es presa fácil de las trampas de la pobreza y el sometimiento a los poderes que prosperan en medio de una ciudadanía que no tiene acceso a la información y no es capaz del pensamiento crítico que les permita contrastar diversas fuentes para tener elementos para elaborar juicios adecuados. Para que la filosofía, recuerdo que se preguntaba un alcalde nuestro. Pues habría que contestarle que la filosofía sirve para adiestrar el pensamiento y para que los ciudadanos no sean, como reza el adagio: “vil juguete de las pasiones” de los poderosos.

En medio de las circunstancias que vivimos, en las que el aislamiento ha marginado a la juventud de las aulas que es el lugar en donde deberían estar, bueno sería que en un acto de reconocimiento y dignificación, las autoridades respetaran su derecho legítimo a protestar contra todo acto de tiranía. No ha sucedido así. A las juventudes que luchan por un futuro mejor, esos a quienes se les recorta el derecho a educarse, a edificarse como gente de bien, se les reprime de manera oprobiosa y descarada en las calles, al punto de las ejecuciones extrajudiciales que han quedado patéticas en las imágenes de los grandes noticieros nacionales para que nadie dude de lo que está sucediendo.

Sin educación, sin respeto, sin ofrecer dignidad a los jóvenes, el futuro de la nación se verá empeñado a quienes el profesor Carlos Villalba Bustillo (Q.E.P.D.) denominó, “Los Mecenas del Desastre”. 

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