Por: Danilo Contreras Guzmán
El doctor Adolfo Meisel le ha prestado un servicio invaluable a Cartagena abriendo un debate que era tabú en la ciudad: El asunto de la pobreza y la desigualdad. Documentos como “La exclusión en los tiempos del auge: El caso de Cartagena” (2016) y “Cartagena libre de pobreza extrema 2033” (2017) han sido ampliamente difundidos y de hecho han sido el pábulo para proponer fórmulas para superar la miseria.
Estos estudios sustentaron la controversial ley 2038 de 2020 que crea el fondo Pro Cartagena para la erradicación de la pobreza extrema a 2033, como una institucionalidad paralela al Estado Local cuya finalidad es garantizar la adecuada ejecución de obras propuestas para superar pobreza. El segundo de los documentos textualmente señala: “Una forma de garantizar que los recursos sean utilizados de manera eficiente es por medio de un esquema institucional similar al que se implementó en Guayaquil (Ecuador)…En 2001 se creó la Fundación Guayaquil siglo XXI, cuyo objetivo era ejecutar todos los proyectos de regeneración urbana en la ciudad…bajo la dirección de representantes de las principales instituciones públicas y privadas de Guayaquil”.
Esa fórmula se ve reproducida en la ley 2038 a través de la junta directiva que tendrá como objetivo, identificar, diseñar, ejecutar y liquidar los proyectos tendientes a superar miseria en Cartagena y conservar el medio ambiente. Así las cosas uno puede colegir que las trascendentales decisiones que deberán adoptarse quedarán en manos de una pequeña élite local, que de hecho ha respaldado sin objeción alguna, los importantes planteamientos que viene sugiriendo el doctor Meisel.
Sin embargo, de manera contraevidente, el doctor Adolfo Meisel, en reciente intervención ha negado rotundamente la existencia de una élite local, aduciendo, también de forma contradictoria, que “si hay una ciudad en donde ha habido movilidad social en este país es Cartagena”, y concluye que la caracterización de una elite local es una “visión maniquea”.
El punto es de la mayor importancia, no por una motivación “maniquea” como lo sostiene el académico, intentando socavar el argumento contrario, sino por una cuestión de método. Esto es, si lo que se cuestiona es la manera como se ha gestionado la distribución de la riqueza en la ciudad como lo ha hecho Meisel, llegando a decir en el mismo foro que Cartagena es un “desastre social”, como en efecto lo es, entonces uno debe colegir que hay sectores que han pelechado de las inmensas posibilidades que ofrece una metrópoli histórica como Cartagena, en perjuicio de grandes masa ciudadanas empobrecidas.
Parece evidente (salvo mejor criterio) que Meisel parte de una premisa falsa al considerar que NO existen élites locales en tanto “grupo minoritario de personas que tienen un estatus superior al resto de las personas de la sociedad”, y que en consecuencia determinan las condiciones para que esas circunstancias de privilegio se mantengan.
Intentemos un silogismo a partir de juicios expresados por Meisel en varios pronunciamientos, tales como la reivindicación de las grandes fuentes de generación de riqueza de una ciudad industrial y portuaria, al tiempo que alude a fenómenos de exclusión y desigualdad con cifras que destacan a nivel nacional. El silogismo es el siguiente: Premisa 1: En Cartagena se produce mucha riqueza. Premisa 2: En Cartagena la mayoría de la población padece pobreza (según el Dane el 72.2% de los cartageneros sufren hambre). Conclusión: Entonces en Cartagena se redistribuye injustamente la riqueza y una minoría la concentra.
El doctor Meisel señala que bastaría con conocer la historia de la ciudad para deducir que aquí no existen élites; empero cualquier ciudadano mínimamente informado sabe cuáles son los clanes políticos que determinan los gobiernos y las normas que rigen en Cartagena y Bolívar. De hecho esos clanes políticos gobiernan y ocupan curules, antes, en la actualidad y se proponen relegirse, en no pocas ocasiones en cuerpo ajeno, en 2022.
Pero también se sabe de familias, a las que el mismo profesor Meisel alude en su intervención, que están y han estado en los desarrollos turísticos de la ciudad, en los emporios portuarios e industriales, algunos de esos personajes prestigiosos cuestionados en casos como el desfalco a Reficar. Esas élites son las que manejan de manera “asimétrica” la información y la naturaleza de los proyectos y la utilizan para concebir y ejecutar Planes de Ordenamiento y de Desarrollo a su medida (con la complacencia del estamento político que le es funcional); circunstancia que les ha permitido despojar y apropiarse del territorio, así como de los espacios públicos, como se observa en la Boquilla y en todo el norte de la ciudad, o en el Puerto de Manga y ahora en Ceballos y Mamonal, y por supuesto como ocurre en el Centro Histórico de la ciudad.
Entonces no se trata de maniqueísmo o de ignorancia de quienes señalamos el fracaso de una pequeña élite (nativa o importada de otras latitudes de la nación) que nos ha traído al “desastre social” que vivimos, sino de un cuestionamiento objetivo al modelo de desarrollo que ha implementado la ciudad desde sectores sociales, económicos y políticos reducidos que formalmente parecen renovarse, pero que en esencia se mantienen incólumes para defender sus privilegios como lo hacen, verbigracia, a través de exenciones tributarias, evasión o elusión impune.
Como el doctor Meisel niega la existencia de élites que determinan el destino social, económico y político de Cartagena, entonces designa a las clases medias como las llamadas a constituir una dirigencia que restituya condiciones de dignidad para nuestra gente, razonamiento con el que estoy de acuerdo en parte, pues se trata de un juicio segregador que desconoce las epistemologías que se construyen en los territorios empobrecidos de la ciudad y el valor que esas miradas tienen para construir un destino incluyente y próspero.
Pero además difiero en lo de la asignación de esa tarea exclusivamente a la “clase media”, a la que Zygmunt Bauman pone en tela de juicio al hablar de un “precariado”, por el constante riesgo de este estamento social de regresar a la pobreza, pues en sus urgencias las clases medias, suelen ponerse al servicio de las élites sin introducir elementos de liderazgo innovador que generen procesos de transformación, mientras en contraste, dejan de criticar los privilegios pues los ambicionan.
Es ineludible entonces abrirnos a las evidencias sin dogmatismos moralistas y elaborar lo que Cristina Monge y Carlos Mataix denominan “dispositivos sociales de inteligencia y aprendizajes” colectivos para afrontar, gestionar y resolver problemas como la crisis climática, la revolución digital, el fenómeno migratorio, la desigualdad creciente, las pandemias o la precarización del empleo, entre otros desafíos modernos.