El día que llegó la Gorda Gertrudis a Cartagena me tocó hacer el cubrimiento especial para el diario El Universal. La expectativa era impresionante. El pedestal donde sería colocada estaba listo desde hacía varias semanas atrás. El mismo maestro había decidido el sitio donde sería instalada su escultura y tal vez por lo conservadora y ‘mogijata’ que es la ciudad decidieron colocarla como está hoy y no de espalda a la iglesia como parece ser, era el deseo del escultor.

Recuerdo bien que el debate en el que se enfrascó la ciudad, en ese momento, era que el sacerdote de la iglesia de Santo Domingo, al abrir el templo todas todas las mañanas, lo primero que iba a ver eran las grandes nalgas de Gertrudis y la mayorái se sonrojó y hasta se avergonzaron con la iglesia.

Fue entonces cuando prefirieron colocarla con sus otros encantos de cara a la iglesia. Y es que esta fascinación no ha sido ajena a los turistas que nos visitan cada temporada y cuando se van a tomar la foto del recuerdo se ven obligados a agarrarle los pequeños pechos a Gertrudis. De esto no se contienen ni los más pequeños.

Era un sábado en la mañana cuando Gertrudis llegó a Cartagena. Durante varias horas permaneció en la Sociedad Portuaria mientras se adelantaba los documentos de la legalización e ingreso de la escultura. A las 10:30 de la mañana, la Gorda despertaba y la sacaban del guacal en el que venía, eso sí, para no poder dormir nunca más. Ella se ha convertido desde entoces en el referente de una plaza, en el recuerdo de una foto y una ciudad que ha aprendido a querer a su gordita.

Fernando Botero se inmortalizó con este regalo para Cartagena. La ciudad hoy lamenta su partida pero siempre llevará al maestro en el corazón. Y la manera como se lo han hecho saber es demostrándole ese gran aprecio que se le tiene a Gertrudis. Maestro Botero descanse en paz. Cartagena jamás y nunca lo olvidará.

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