Hacia una Cartagena más inclusiva y sostenible: una lección de cultura ciudadana

En 1996, Antanas Mockus, como alcalde de Bogotá, propuso un modelo de gestión basado en el análisis matemático y en la transformación de comportamientos ciudadanos. A través de su concepto de Cultura Ciudadana, logró sembrar las bases para una Bogotá más solidaria, estructurada y comprometida con el bien común. Hoy, su legado nos invita a reflexionar: ¿qué tanto están aplicando las ciudades actuales este enfoque en su gestión?

Cartagena, una de las ciudades más emblemáticas de Colombia, enfrenta retos socioeconómicos alarmantes. Según cifras del DANE de 2023, el 41,1% de su población vive en pobreza monetaria, una situación que no solo afecta a 432,378 cartageneros, sino que también sitúa a la ciudad como la más rezagada entre las capitales colombianas. Este panorama contrasta con su imagen como la «joya turística de Colombia», dejando en evidencia una desconexión entre su potencial y la realidad de quienes la habitan.

Los diagnósticos abundan, pero las soluciones prácticas y sostenibles son escasas. La frase “ciudad sobre diagnosticada” resume el dilema: conocemos el problema, pero la acción efectiva sigue siendo insuficiente. Esta inercia ha permitido el incremento de la pobreza extrema y el crecimiento del narcotráfico y el microtráfico, alimentando conflictos que erosionan la seguridad y la cohesión social.

Frente a esta realidad, es imprescindible retomar las enseñanzas de Mockus. Las políticas públicas deben fundamentarse en datos concretos y medibles. En la era de la inteligencia artificial y el big data, no hay excusa para no diseñar estrategias basadas en evidencia. Lo que no se mide, no se puede mejorar, y Cartagena necesita urgentemente indicadores claros para evaluar su progreso en términos de calidad de vida, educación, empleo y seguridad.

El cambio debe ser integral, empezando por una gestión municipal que fomente la transparencia y la participación ciudadana. La “zanahoria” debe ser la inversión en educación, salud y programas sociales que empoderen a la comunidad, mientras que el “garrote” se materializa en una lucha decidida contra la criminalidad y la corrupción que perpetúan la desigualdad.

Cartagena no puede limitarse a ser un destino turístico; debe aspirar a ser una ciudad inclusiva, donde todos sus habitantes tengan acceso a oportunidades reales. Esto no será posible sin voluntad política y sin una ciudadanía consciente de su poder transformador. Al igual que Bogotá encontró su camino hacia una mejor convivencia, Cartagena también puede escribir un nuevo capítulo en su historia.

Es hora de actuar. La pobreza no es solo una estadística, es una urgencia humana que exige soluciones técnicas y sociales que trasciendan los discursos y se conviertan en realidad.

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