Conocí a Pedro Jimenez Balcázar (nombre cambiado), hace más de 30 años, en la infancia que compartíamos en los barrios de la nueva Cartagena de los años 80, esa que estaba más allá de los “TROCUA TOVIEN”.


Un hombre que desde niño me enseñó que había que servirle a la gente sin esperar nada a cambio, y que a pesar de las dificultades debíamos estar siempre mirando hacia adelante sin mirar atrás y de propender por un futuro mejor.
Pedro era mucho mayor, después de jugar “bolita de caucho”, o de departir un partido de “golito”, muchos de los que estábamos, llegábamos a la pequeña tienda que tenía en el barrio, para escuchar sus historías de la guerra de Korea, y de la Segunda Guerra Mundial. Era fascinante escucharlo, parecía un programa de la National Geographic o de ID investigation.

Su tienda siempre estaba llena de gente, alguien siempre iba para que le regalaran algo, algunos se aprovechaban de su generosidad, otros, simplemente le compraban por el gran surtido, en el pequeño supermercado de barrio que tenía.

Su esposa y sus hijos se dedicaban a otras labores, creo que si mi memoria no me falla, su compañera trabajaba en las Empresas Públicas, y sus hijos estudiaban en los Salesianos. Un día de esos, donde el sol parecía un enemigo con sus rayos caniculares, Pedro se fue para uno de los barrios más apartados de la ciudad, a repartir comida, cosa que hacía sin decirle a nadie, les daba una bolsa de arroz, carne, frijol, y varias viandas que escogía debidamente sin que nadie supiera, cuestión que muchas veces causaba discordia con su esposa.

Pedro no desfallecía, se quitaba la comida de la boca para dársela a otros, el decía que a eso lo llamó Dios a este mundo. Otro día de esos, promovió que a todos los hijos de las “muchachas del servicio” del barrio, los iba a llevar a cine. Así fue, se fue casa por casa, y a cada una de las ayudantes de los hogares en servicios generales, les dijo su propósito. Un sábado el barrio estaba lleno de más o menos 30 niños que iban para matiné en el Teatro Cartagena, a ver una película.

Allí Pedro le dio a cada niño una gaseosa y un cono de crispetas, y después les regalo a cada uno algo de dinero para que le llevara a su mamá. Pedro fue un hombre que nunca le faltó nada, su tumba en el Cementerio de Jardines de Cartagena, siempre tiene flores y mensajes que le ponen, nadie sabe de donde vienen.

En estos días llamo la atención a todo el personal del Campo Santo, la llegada de un joven en una camioneta de alta gama, dejó una ofrenda floral, y le dejó un mensaje en su tumba que decía: HACE 40 años ME DISTE EL DÍA MAS FELIZ DE MI VIDA. NUNCA LO OLVIDARÉ. El joven además dispuso un dinero en la administración del lugar para que siempre esté cuidada la tumba, lo que llama la atención es que, según algunos trabajadores del sitio, diariamente varios jóvenes hacen lo mismo, y nadie sabe quienes son. Pedro sigue vivo en los corazones de mucha gente. #Reflexiones

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