Durante décadas, los coches tirados por caballos han sido parte del paisaje turístico de Cartagena. Postales vivas que evocan tiempos coloniales, recorridos por calles empedradas, y una tradición que parecía intocable. Sin embargo, bajo esa imagen romántica se escondía una realidad incómoda: el sufrimiento animal, la precariedad laboral de los cocheros, y una ciudad que pedía a gritos modernización sin perder su alma.

Cuando se anunció que estos coches serían reemplazados por vehículos eléctricos, la noticia fue recibida con escepticismo. Muchos pensaron que se trataba de una promesa más, de esas que se lanzan en campaña y se desvanecen con el tiempo. ¿Tecnología en Cartagena? ¿Inversión suficiente? ¿Voluntad política real? Las dudas eran legítimas. Pero hoy, ese proyecto que parecía utópico está a punto de hacerse realidad.

Ya se ha presentado un prototipo avanzado: un coche eléctrico que respeta la estética tradicional, pero que incorpora diseño, ingeniería y sostenibilidad. No es solo un vehículo: es una declaración de principios. Es Cartagena diciendo “sí se puede”, es el gobierno local demostrando que el progreso no tiene por qué borrar la historia, sino transformarla.

La cochera está lista. Los cocheros no serán desplazados, sino empoderados. Se convertirán en socios de una empresa que manejará los nuevos coches eléctricos. Pasarán de ser trabajadores informales a empresarios del turismo sostenible. Y eso, en una ciudad donde la informalidad ha sido norma, es un salto histórico.

Este cambio no solo impactará a Cartagena. En países como España, República Dominicana o Estados Unidos, el debate sobre el uso de animales en el turismo sigue abierto. Aquí, en cambio, se da un paso firme hacia la protección animal, la innovación urbana y la coherencia ética. Porque no se trata solo de modernizar el transporte, sino de dignificar a quienes lo hacen posible y a quienes lo sufren en silencio: los caballos.

El proyecto, que nació entre dudas y burlas, hoy se convierte en símbolo de cumplimiento. El gobierno local demuestra que cuando hay carácter, hay resultados. Que las promesas no son papel mojado, sino compromisos que se honran. Y que Cartagena puede ser pionera, no solo en belleza, sino en conciencia.

Este editorial celebra ese cambio. Celebra que el relincho dé paso al silencio eléctrico. Celebra que la ciudad avance sin perder su esencia. Y celebra, sobre todo, que el bienestar animal, la dignidad laboral y la innovación urbana puedan convivir en un mismo carruaje.

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