Por Rodolfo Díaz Wright

Así como la ciudadanía cartagenera está decepcionada del tremendo descache en que incurrió, al elegir a un alcalde improvisado, bisoño y desconcentrado, nos imaginamos que el señor alcalde también debe estar mamado, aburrido y frustrado, al comprobar que la vaina no era soplar y hacer botellas y que no tenía ni la más remota idea del lio en que se iba a meter.

Después de las primeras escaramuzas en las que lució populachero, dicharachero y atrevido y que le valieron una relativa notoriedad y hasta el aprecio de algunos sectores favorecidos con sus primeras medidas, el hombre comenzó una  dura lucha, contra los grupos  ciudadanos que no le comieron del cuento, que no tragaron entero el sainete de su famélico programa de gobierno y una carrera contra el tiempo, enemigo natural de los mandatarios sin planes, sin programas y sin la estructura de gobierno idónea y adecuada para sacar adelante una ciudad, por el y por todos conocida, por sus grandes problemas y deficiencias administrativas estructurales.

Muy pronto se notó que no tenía “nada en la bola” para ejercer el cargo del que se había antojado, que no estaba preparado, que no tenía plan estratégico, objetivos y metas y que la improvisación, el día a día, el corre – corre, el corta y pega y el vuelve y juega, eran y siguen siendo la forma en que se maneja la ciudad. Para colmo de males, el hombre se creyó el cuento de que era un genio de la política, que se las sabía todas, que no necesitaba de nadie, y, la poca ayuda que podía recibir de gremios, academia, sociedad civil, y sus propios colaboradores, fue rechazada sistemáticamente, hasta el punto de que nada ni nadie le servía y terminó quedándose prácticamente solo, acompañado de un pequeño grupo de áulicos, bien pagos que le acolitan y festejan todas sus actuaciones y desafueros.

Es obvio que, al no saber que hacer con el gobierno y con sus compromisos legales y constitucionales como alcalde, comenzó a sobrarle el tiempo para dedicarse a otro tipo de cosas, que el, en su ignorancia, consideró unos sucedáneos propicios de lo que debería ser el gobierno efectivo y responsable de la ciudad. Se dedicó a la confrontación verbal, con casi cualquier sector de la ciudad que observara el devenir errático del gobierno, refinó el manejo de las redes sociales, a través de bien pagas y bien entrenadas cuadrillas, atentas al matoneo y descalificación de los adversarios y le cogió el gusto al populismo barato a través del discurso prosaico, la chabacanería y las actuaciones bufonescas, encaminados todas a cautivar incautos y mantenerse vigente, medrando en la ordinariez y el perrateo.

El primer revés fuerte lo recibió, cuando la ciudadanía comenzó a hablar de la revocatoria de su mandato y, rápidamente, se inscribieron tres comités que agrupaban una parte importante de la ciudadanía. En las audiencias de revocatoria, programadas por la Registraduría y el Consejo Nacional Electoral, se escucharon por primera vez las grandes verdades sobre el desastre de su gobierno y, se dejó ver el talante pendenciero y peligroso de su grupo de seguidores, quienes no se escondieron, para perseguir y amenazar de frente a los promotores de los comités de revocatoria. Las cartas se destaparon y, si no hubiera sido, por el rechazo providencial del gobierno central a las revocatorias y su negativa a expedir los formularios, con pretextos de bioseguridad, hoy, el alcalde de Cartagena, sería el candidato número 1 a ser revocado.

Muy rápidamente se demostró que, sin plan de gobierno, sin plan de desarrollo, sin gestión y acompañado de un equipo asustadizo, complaciente y sumiso, no íbamos para ningún Pereira. Los problemas persistentes de la ciudad, que con un ojo dormían y con el otro observaban el despelote, no se dejaron esperar y para acompañar al pésimo manejo de la crisis sanitaria generada por el Covid, aparecieron los Peajes, apareció Transcaribe y se mostraron en todo su esplendor, el abandono y la desidia propios de una ciudad sin gobierno. El gabinete de ensueño, seleccionado por los mejores cazatalentos del planeta, comenzó a irse por el despeñadero y la ciudad se resignó a su destino bíblico de macondo en su última noche.

Hoy ya no quedan dudas a nadie de que nuevamente la embarramos, pero esta vez con C mayúscula. Lo peor de todo es que esto, parece no importarle a la ciudad, a sus instituciones ni a sus líderes. Lo mejor que puede pasarnos es que Dau se vaya, ya sea que lo revoquemos si el gobierno al fin nos deja, o que uno de los entes de control lo destituya o, la mejor de todas, que se vaya por su cuenta. Sería esta, quizá, la única acción que el pueblo cartagenero le agradecería de todo corazón.

Este es un buen momento para recordar que: “El hecho de que el cielo esté nublado, no quiere decir que las estrellas se murieron”.

P.D. Definitivamente los tres mejores puntos de vacunación contra Covid, de los cartageneros son: Miami Dade College, The Jackson Memorial y The Florida health Distric Center.

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