Hablar de estrategia en comunicación es hablar de tiempo, de intención y de una capacidad que no siempre es evidente: la de parar, mirar el panorama completo y pensar antes de actuar.
No es fácil hacerlo en un país donde todo parece urgente, donde las entidades públicas y las empresas operan bajo el ruido constante de redes, la presión mediática, los titulares de última hora y la sensación de que, si no se responde rápido, se pierde control. Pero lo que he aprendido tras más de veinte años de trabajo en este campo —como periodista, como jefe de comunicaciones, como asesora institucional y hoy como consultora— es que la estrategia no es lo contrario de lo urgente… es su mejor respuesta.
Y, sin embargo, pensar estratégicamente sigue siendo un privilegio. Se requieren condiciones, confianza, respaldo, y a menudo, acompañamiento. Porque cuando las oficinas de comunicaciones están resolviendo incendios, sosteniendo vocerías, respondiendo solicitudes, diseñando campañas, y haciendo que todo funcione hacia afuera, el espacio para la estrategia se reduce. No porque no haya visión, sino porque no hay tiempo.
Ahí es donde el acompañamiento se vuelve valioso. No para reemplazar, ni para dirigir, ni para asumir el rol de quien comunica desde dentro. Acompañar con criterio significa sumar tiempo y experiencia desde afuera, con respeto absoluto por lo que ya se viene construyendo. Es leer el contexto con otra perspectiva, conectar señales que a veces se diluyen en lo cotidiano, anticipar escenarios antes de que lleguen… y hacerlo todo con tacto.
En IA Comunicaciones no creemos en las fórmulas cerradas. No llegamos a las instituciones con soluciones de manual ni con planes genéricos. Llegamos con escucha, con sensibilidad para comprender el momento, los códigos internos, los equilibrios políticos y humanos que configuran una oficina de comunicaciones. Cada entidad tiene su ADN, y la estrategia parte de ahí. De leerlo con cuidado y con inteligencia emocional.
Pensar estratégicamente también es saber cuándo hablar y cuándo no. Cuándo un mensaje fortalece y cuándo puede erosionar. Cuándo hay que intervenir en una conversación digital, y cuándo conviene dejar que el ciclo pase. Es entender que comunicar no es solo decir: es proyectar, es cuidar, es sostener. Y a veces, es simplemente esperar el momento indicado para actuar.
Ese tipo de decisiones no se toman en automático. Se construye, se piensan, se discuten con otros. Por eso creo firmemente que el valor de una consultora está en ofrecer lo que a veces el día a día no permite: tiempo para pensar. Ojos entrenados para mirar más allá del dato inmediato. Capacidad de proponer sin imponer. De ser parte, sin ocupar lugar.
Hay un momento muy específico en la vida de una oficina de comunicaciones en el que acompañar no es un gesto simbólico, es una necesidad operativa. Cuando una crisis asoma, cuando un cambio de liderazgo reconfigura el relato institucional, cuando hay que rendir cuentas, lanzar un proyecto de alto impacto, o proteger una reputación que ha costado años construir. En todos esos momentos, pensar en compañía de una consultora externa puede ser la diferencia entre resistir y transformar la realidad que agobia.
No todas las decisiones estratégicas requieren una gran campaña. Algunas solo necesitan una conversación con alguien que entienda el lenguaje, el contexto y la presión que se vive desde dentro. Alguien que sepa preguntar, y no solo responder, que sepa observar antes de opinar. Que entienda que detrás de una decisión de comunicación hay variables políticas, técnicas, humanas y emocionales.
Tal vez la estrategia no sea otra cosa que eso: la capacidad de mirar más allá del presente, con otros ojos, y al mismo tiempo, con la misma convicción. http://www.iacomunicaciones.co

