Pasaron de no sentir remordimiento a la locura y la muerte solitaria.
El primero Paul Tibbets, tuvo la responsabilidad de lanzar la primer bomba en la ciudad de Hiroshima. Sería el piloto del Enola Gay, murió en 2007. Tenía 92 años. Fue despedido como un héroe de guerra: “No tengo nada de qué arrepentirme. Yo duermo tranquilo y profundo cada noche de mi vida”, declaró poco antes.
El segundo piloto quien lanzó la bomba de la ciudad de Nagasaki, sería Claude Eatherly no vivió tanto ni tan bien. Murió en 1978 por un cáncer en la garganta. Durante sus últimos años su morada fue un hospital psiquiátrico. Fue un funeral poco concurrido y sin honores.
En la madrugada del 6 de agosto, un avión sobrevoló el cielo de Hiroshima. Sonó, como casi todas las madrugadas del último mes, la alarma antiaérea. Nadie se preocupó en demasía. Era un B-san (Señor B), como los japoneses llamaban a los B-29. Sólo uno. Pero ese B-29 no era uno más.
Era el Straight Flush comandado por Claude Eatherly, integrante del Grupo de Operaciones 509. Eatherly debía hacer la ruta que sólo una hora después haría el Enola Gay y comprobar las condiciones meteorológicas. Desde el cielo, la ciudad se veía con prístina claridad. Eso informó Eatherly.
El Enola Gay continuó su marcha con confiada tranquilidad. Little Boy (el nombre con el que habían apodado a la bomba atómica) esperaba ser lanzada. Una hora después el Enola Gay ya sobrevolaba Hiroshima. Eran las 8.15 del 6 de agosto de 1945.
Pocos días antes, el USS Indianapolis había dejado los componentes vitales de la bomba en Tinian. Sólo faltaba la orden oficial para iniciar la operación. La decisión dependía de Harry Truman, el reciente presidente de los Estados Unidos. Truman debía decidir si utilizar ese arma, de un poder destructor inédito. La paradoja es que pocos meses antes, hasta asumir la presidencia por la muerte de Franklin Roosevelt, él ni siquiera sabía de su existencia.
El Grupo de Operaciones 509 era el encargado de la misión. Se había conformado pocos meses antes en Utah y recién a comienzos de mayo de 1945 fueron trasladados a la base de Tinian. Habían elegido a los mejores pilotos de su generación. No había margen de error. Se necesitaba experiencia, habilidad, coraje y templanza.
El avión que lanzaría la bomba adquirió su nombre un día antes del bombardeo. “Me acordé de mi madre, una pelirroja valiente, que siempre me había apoyado y que soportó que abandonara medicina para ser piloto de guerra”, declaró Paul Tibbetts cuando le preguntaron por qué el avión se llamaba Enola Gay. Ese era el nombre de su madre (aunque lo acortó: Enola Gay Hazard Tibbets no entraba). Antes del despegue, alguien pintó las dos palabras en el fuselaje.
La misión la integraban varios aviones entre escoltas y meteorológicos. La nave principal era el Enola Gay. Capitaneada por Tibbets contaba además con otros once tripulantes. La misión duró, entre el despegue del primer avión y la vuelta a la base del último, unas doce horas. Doce horas en las que el mundo cambió definitivamente.
La misión la integraban varios aviones entre escoltas y meteorológicos. La nave principal era el Enola Gay. Capitaneada por Tibbets contaba además con otros once tripulantes. La misión duró, entre el despegue del primer avión y la vuelta a la base del último, unas doce horas. Doce horas en las que el mundo cambió definitivamente.
El director general del Proyecto Manhattan, el general George Groves pidió que todo el operativo quedara registrado. Así a pesar de que no era la costumbre, la salida de los aviones fue iluminada por reflectores para que las cámaras pudieran tomarla. Uno de los aviones del contingente era el encargado de filmar y fotografiar lo que después conoceríamos como El Hongo Atómico.
Hiroshima
El avión Straight Flush con su piloto Claude Eatherly llegó a Hiroshima una hora antes que el resto. Su misión era determinar la visibilidad y si las condiciones climáticas eran las adecuadas (por ejemplo, tres días después por la labor del avión encargado de esa tarea y por las nubes que informó se cambió el objetivo y Fat Boy en vez de destruir la ciudad de Kokura, objetivo original, cayó sobre Nagasaki). Eatherly informó que la misión podía proseguir sin problemas.
Durante el vuelo se terminó de ensamblar la bomba. Fue un procedimiento que se diseñó para evitar riesgos innecesarios en el despegue. A las 8.15 se abrió la compuerta automática creada especialmente para la ocasión, y Little Boy se desprendió desde el cielo.
El Enola Gay se alejó del lugar a toda velocidad. Hasta la explosión pasaron 48 segundos. El cimbronazo estremeció al avión. Debajo, en la ciudad, la muerte instantánea.
El sacudón del avión los asustó por unos segundos, pero luego lo entendieron como el éxito de su misión. Paul Tibbets contó que el ruido que escucharon fue como si estuvieran envueltos en cilindros de latón y alguien golpeara insistentemente con un martillo sobre la chapa.
Lo que vieron, escucharon y sintieron en esos segundos no se comparaba con nada que hubieran vivido antes. El copiloto Robert Lewis, que había aspirado a comandar la misión, dijo entre dientes: “Dios mío ¿Qué hicimos?”. Después contó: “Ahí abajo había una ciudad y de pronto no estuvo más. Fue como si una boca gigante la hubiese aspirado en un segundo”.
El regreso fue triunfal. En la base todos festejaban. La leyenda asume que Tibbets fue condecorado apenas puso un pie en la pista.
¿Qué pasó con los pilotos?
Paul Tibbetts tuvo una larga vida. Escribió sus memorias y recibió varios honores. Nunca expresó remordimiento por su papel en el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. Tampoco lo hicieron los demás tripulantes del Enola Gay.
Para ellos fue un acto de guerra, una misión que supieron cumplir con probidad. La resistencia japonesa y las muertes que acarrearía, la entrada de los soviéticos a Japón, el efecto aleccionador para el resto de las potencias sobre el poder atómico. Cada uno, según el momento, fue eligiendo del elenco de justificaciones y argumentos el que mejor le venía.
Lo cierto es que, al menos en sus apariciones públicas, el remordimiento no tuvo lugar. Sin embargo, cientos de rumores se instalaron sobre él y otros tripulantes. Suicidios, internaciones en psiquiátricos, delitos aberrantes. Pero en el caso de Tibbets y de la mayoría de sus compañeros nada de eso fue cierto.
Sin embargo, no ocurrió lo mismo con Claude Eatherly, el piloto que comandó el Straight Flush, el avión de observación. Su historia se hizo muy conocida. Sus detractores hicieron todo lo posible por desprestigiarlo. Eatherly se convirtió en un hombre de vida díscola, propenso al crimen, fuera de sus cabales. Alguien que “estaba mal desde antes”. Por eso su prontuario, las internaciones psiquiátricas y, en especial, su postura en contra del uso de armas atómicas.
Con Información Infobae

