Por Ronald Rangel Ramírez
Durante cerca de 25 años caminé y viví en las hermosas calles de Cartagena de Indias que, contrario a lo que muchos creen, no es solo murallas y playas. Para mí, es una ciudad hecha por su gente. Gente buena, muy buena, muy amable, trabajadora, honesta, seria y siempre con ganas de salir adelante. Mi historia aquí no importa, lo importante es que quiero que se sepa el profundo amor que siento por esa ciudad, pero sobre todo por su gente, amigos de verdad que tengo por montones allí.
A Cartagena me unen lazos irrompibles de por vida y esa es la verdadera esencia de lo que lo define a uno como ser humano. Por eso cuando me preguntan de dónde soy, bueno nací en Barranquilla, pero también me considero cartagenero como la Kola Román, los patacones del Palito e’ Caucho o las empanadas de huevo del Pie de la Popa (combinación insuperable, doy fe de ello).
Por eso escuchar uno en el debate público palabras subidas de tono, entre ellas la menos grave “maladrines”, no puede causarle a uno poco menos que tristeza y decepción por un conglomerado humano que merece tanto y que ha recibido tan poco de sus dirigentes, venidos a menos y muy por debajo de la altura de una ciudad que en mi humilde opinión debió ser la Capital de Colombia, por más que unos personajes regados en años pretéritos, le hayan quitado ese derecho ganado por historia.
Cartagena de Indias no solo está sufriendo ahora por los estragos de la tormenta tropical Iota, sino que está sumida en una polarización burocrática y fraterna, que nada le ha aportado a la solución de sus innumerables problemas, el más severo de todos, la estruendosa desigualdad social que tiene en la miseria a buena parte de sus habitantes.
Los cartageneros no tienen la culpa y no se merecen los dirigentes que tienen, como habrá de pensar algún desprevenido por ahí. Han sido vilmente engañados una y otra vez por supuestos adalides de la moral.
Su único pecado es que les han creído. Una y otra vez en los últimos años, el voto cartagenero ha sido contra las supuestas vejas castas políticas que presuntamente habían sido la causa de ese rezago social indescriptible y una y otra vez el tiro les ha salido por la culata.
El señor William Dau Chamat, actual alcalde de la ciudad, resultó el bufón de la política nacional, bueno para memes y videos burlescos, pero sin ninguna ejecutoria que se le conozca que vaya en favor de los ciudadanos que requieren acciones planificadas tendientes a encontrar solución a la enorme cantidad de problemas sociales que allí persisten, más propios de épocas coloniales, que de estos tiempos que corren.
Yo no conozco el Plan de Gobierno que el señor presentó para sustentar su candidatura ni el consecuente Plan de Desarrollo que de allí debería derivar, pero sí he visto las múltiples retractaciones que la justicia le ha obligado a hacer por su letrinado vocabulario, las denuncias ciudadanas por presuntas actuaciones irregulares, el descontento mayoritario y una vez más la decepción de un engaño más.
Qué difícil es ser cartagenero. Somos las únicas víctimas de un sistema nefasto que prima el apoyo hacia la figura del momento, alzada en hombros por falsas banderas antipobreza y antipolitiquería, sin ver realmente qué tiene para proponernos en materias sensibles para nuestro desarrollo.
Saludos al señor Alcalde y a sus amigos. Sepa que muchos de quienes votaron por usted hoy están arrepentidos profundamente. En sus manos está la llave para revertir ese sentimiento. No soy yo quién para decirle lo que tiene que hacer. Pero a lo que haya lugar de hacer, no se le debe dar más largas, porque ya la desesperación social no da más esperas. Llegó el momento de demostrar que perro que ladra sí muerde.