El 6 de noviembre de 2019 pasó a la historia en el país porque ese día un comunicador venezolano, al servicio del diario El Heraldo de la ciudad de Barranquilla, le preguntaba al presidente Iván Duque en un evento público sobre el reciente bombardeo en San Vicente del Caguán, Caquetá donde habían muerto niños inocentes. El mandatario de los colombianos hizo célebre entonces la frase: ‘De qué me hablas viejo’ para tratar de menoscabar o de restarle importancia a la pregunta del comunicador.
Varios meses después, Jesus Blanquiceth, en medio de su trasegar como comunicador social resultó afectado por la Covid19 en una ciudad como Barranquilla donde los altos índices de contagiados y muertes preocupan. Recientemente posteó en sus redes la crisis que vivió en medio de su confinamiento y luego la alegría de una recuperación que le permitió ver a su familia de nuevo y volver al bello oficio del que se siente muy orgulloso.
APARTES DE SU PUBLICACIÓN
Luego de haber dado positivo para COVID-19 en tres oportunidades hoy me entregaron el alta médica. Me dicen que ya estoy recuperado, tras haber cumplido el tiempo correspondiente en aislamiento, por lo “que no es necesario una cuarta prueba”.
Fue un mes bastante difícil, pese a que en una primera oportunidad no sentí síntomas fuertes -sólo dolor de cabeza y cansancio-, pero casi al finalizar la primera fase comencé a notar la pérdida del gusto y del olfato, malestar general y en algún momento dificultad para respirar. La segunda prueba, la reglamentaria después de hacer cumplido la cuarentena, salió positiva. Allí los médicos estuvieron más pendientes y me llamaban a diario para hacer los monitoreos.Estar en mi casa con mi mamá de 60 años y mis dos sobrinas menores de 4 años fue lo más difícil y estresante.
Se tomaron medidas de inmediato tanto para mí como para todos en casas. Se incrementó la ingesta de jugos naturales altos en vitamina C, se aplicó una estricta alimentación, lavado de manos constante, monitoreos de las temperaturas. Nunca bajando la guardia. Es una situación a la que no se está preparado para enfrentar, pero que toca meterle el pecho. Cada vez que mi mamá tosía, mi alarma se encendía y le preguntaba de inmediato, de un cuarto a otro, cómo estaba y cómo se sentía.
En algún momento de la enfermedad mi hermana, en medio del estrés por el cuidado de las niñas, me hizo reclamos por haber llevado el virus a la casa. Le expliqué en varias oportunidades que sí me cuidé; que lavaba mis manos, usaba el tapabocas y había acatado el distanciamiento social, pero era difícil, por mi profesión, saber dónde y cómo lo había adquirido.
Las tres veces que las enfermeras llegaron a la casa para hacerme la prueba fue difícil tener que soportar las miradas acusadoras y despavoridas de los vecinos, ¿Qué les iba a decir? No se imaginan lo feo que era despertarse y no sentir el olor y el gusto del café. Las veces que llovió no sentí el olor a tierra mojada, no supe a qué sabía mi torta de cumpleaños y menos una sopa a leña que mi mamá me preparó.
Las quemas de la Isla Salamanca hizo que el nivel de oxígeno que entraba a mi organismo fuera escaso y lo comprobaba con el oxímetro. Los médicos me decían que debía abrir las ventanas de la casa para que el aire circulara mejor y tomara un poco de sol en las mañanas y en la tarde. Nunca me supieron decir porqué di positivo en tres oportunidades. Este virus es inédito y su accionar “es distinto en todos los cuerpos”, decían. Hoy, tras más de 30 días del diagnóstico, sigo sin recuperar el olfato y el gusto. ¡Gracias a Dios se ha ido! Gracias a Dios que su estadía no dejó males mayores. Gente, esta cosa es seria. ¡Cuídense!