Desde el inicio de su gobierno, sorpresivamente, el exgobernador Dumek Turbay tuvo a bien invitarme a colaborar con su administración en los temas relativos a sector agropecuario, que sufría y sufre gran rezago, pese a las incomparables ventajas del departamento por su riqueza hídrica, la fertilidad de sus tierras que se van desde el Caribe hasta las agrestes alturas de la mitológica Serranía de San Lucas, contando el valioso activo que es la mayor bahía de exportación del país en su capital.
Ante el inopinado desafío que se me plateo, lego en esos temas, como en todo, me dispuse en 2016 a explorar en la literatura que se estaba haciendo en el mundo en materia de agricultura. Me sorprendí al ver que Países Bajos, una pequeña nación del norte de Europa, se posicionaba como el segundo país exportador de alimentos del mundo, solo después de USA, decenas de veces más extenso que el país europeo. Lo habían logrado a punta de ciencia, innovación y tecnología, imponiendo el concepto de la agro logística en el que se combinan los procesos de producción y transformación de los frutos de la tierra con la logística de movilización de los mismos hacia sus puertos de exportación.
Gran parte dé esa proeza tiene lugar por cuenta de otra hazaña, pues en Países Bajos, buena parte de su agricultura se logra en terrenos ganados al embravecido Mar del Norte. Mi primer actividad en el pasado gobierno departamental, fue cometer la audacia de impulsar una relación con la embajada de dicho país ý con expertos empresarios del sector en esa nación, con miras a traer conocimiento de vanguardia e inversión especializada.
Para no alargar el cuento, en el verano europeo de 2017 estaba viajando a Países Bajos en compañía del Rector de la Universidad de Cartagena, Edgar Parra, del científico de esa alma mater Luis Caraballo, y de la secretaria de planeación departamental de aquel momento, Mery Luz Londoño, mediando una invitación de intercambio de la embajada holandesa en Colombia. Pero bueno, ese es otro tema.
La verdadera razón de la introducción es reseñar como la existencia de Países Bajos, así como su imponente desarrollo agrícola, no se entienden sin su épica lucha frente al mar y sus enormes esfuerzos por ganarle a éste buena parte de su territorio, tierras a las que llaman “pólderes” y que se hallan situadas a nivel del mar o por debajo de éste, sometidas al embate de las olas y las mareas. Hoy los “pólderes” suponen más de una cuarta parte del territorio, y son en buena medida el escenario de la agricultura de la nación.
Sus diques y obras de ingeniería han permitido domesticar un mar que históricamente ha sometido a los Países Bajos a continuas y recurrentes inundaciones y son verdaderas maravillas de ingenio humano y un paradigma de adaptación a los avatares del clima. La ciencia, la innovación y la tecnología le dan la posibilidad a esa sociedad de proteger sus ciudades y no desaparecer en las brumas de la historia ý de las espumas que levanta el arisco Mar que azota sus costas.
Oosterscheldekering es el monumental dique de 8 kilómetros construido en la provincia de Zeeland, que cuenta con 65 pilares y 62 compuertas para amainar la fuerza del mar, junto con la barrera de Maeslant, una contención ciclónica considerado el robot más grande del mundo, ubicado a la entrada del maravilloso puerto de Rotterdam, son parte del denominado Plan Delta adoptado por Países Bajos en los años 50 del siglo pasado a raíz de una trágica inundación que dejó un gran número de muertos.
Se considera que el Plan Delta puede proteger al país por unos 200 años, pero los neerlandeses no dejan de trabajar en nuevas soluciones ante los desafíos del cambio climático, siempre fieles al lema de su escudo que ya parece hacer parte de su ADN: “Me mantendré”.
Esta experiencia no es extraña a Cartagena, por dos razones: La primera porque la ciudad, hace ya unos 250 años, bajos la guía de Don Antonio de Arévalo y antes de él, otros ilustres arquitectos e ingenieros, emprendieron una majestuosa obra de protección de la ciudad contra las indolentes mareas de nuestro entrañable mar Caribe.
El doctor Rodolfo Segovia reseña con erudición el caso de la Escollera de la Marina así: “Si nos situamos de espaldas a los baluartes Santo Domingo, Santa Cruz y la Merced, mirando hacia el mar, podemos observar cómo, durante algunos meses del año, las olas se rompen dentro del mar y llegan mansas a la orilla. Eso no fue siempre así.
En noviembre de 1761 un temporal fuerte ocasionó daños en las murallas, las olas abrieron una brecha por el baluarte de Santa Cruz, las aguas penetraron por la calle de la Factoría, pasaron por el callejón de Gastelbondo y llegaron hasta las puertas de Santo Domingo.
Por eso, el Virrey Pedro Messía de la Cerda ordenó al ingeniero Antonio de Arévalo la elaboración de un proyecto de obra que pusiera fin a la calamitosa situación, que amenazaba repetirse periódicamente. Arévalo ideó la construcción de un dique dentro del mar, para que allí se rompieran las olas al chocar y llegarán a la orilla sin fuerza, protegiendo así a las murallas…”.
Más tarde la ciudad emprendió el proyecto conocido como la Bocana Estabilizadora de Mareas, un enlace artificial entre el Mar y la Ciénaga de la Virgen. La principal función de La Bocana es oxigenar la Ciénaga y recuperar su equilibrio biológico. Al subir la marea, el agua de mar entra al otro ecosistema a través de seis compuertas.
“Este proyecto fue construido al lado del aeropuerto Rafael Núñez por el Ministerio de Transporte de Colombia y el Gobierno de Holanda que aportaron en 1994, 50 mil millones de pesos para comenzar la construcción. Hasta el 25 de marzo de 1999 la empresa Boskalis de Holanda inició los trabajos. El 25 de noviembre del 2000, con las obras ya terminadas, empezó su funcionamiento con buenos resultado” (cita del webnode yuca pelá). Hoy por cuenta del desgreño, algunas de sus compuertas no operan de manera óptima.
Estos importantes precedente no han tenido continuidad y manejo riguroso por cuenta de la ineptitud de sucesivas e irresponsables administraciones, y hoy, nuevamente, como de forma recurrente nos avisa la naturaleza desde aquel coletazo del huracán Joan, sufrimos las consecuencias. No nos hemos preparado con seriedad y la actual administración acusa improvisación y ausencia de una hoja de ruta al respecto.
La ciudad tiene que saber que lo que están pensando algunos sectores influyentes, es que una entidad que desde su configuración legal carece de rigor y carácter científico y que muy probablemente obedecerá a intereses de diversa índole, como lo es el Fondo Procartagena para la erradicación de la pobreza extrema, contenido en la ley 2038 de 2020, está proyectado para ser el organismo que diseñe, apruebe, contrate a dedo y ejecute varios de los proyectos que en teoría deben responder a la crisis climática de Cartagena.
Hay unos consensos mínimos que la sociedad cartagenera debe acordar con sentido de inclusión. Uno de ellos debe ser que la institucionalidad que se cree para atender los retos del cambio climático debe ser ajena a cualquier interés político o de grupo y por el contrario, debe corresponder a criterios de ciencia, innovación, tecnología e inclusión a fin de garantizar a todos las soluciones genuinas que se esperan con urgencia.