Muchos años después Antonio, ‘el Mono Escobar’, frente al pelotón de micrófonos en las redes sociales, habría de recordar aquellas noches de rumba bohemia en El Laguito y el Centro Histórico donde su cabeza dando vueltas dio origen al Festival de Música del Caribe al lado del gran Paco de Onis.
Habría de recordar igualmente que, con el paso de los años, el sueño se fue diluyendo ante la falta de apoyo económico y los cacheteros que son una especie que no se extingue en la ciudad. Afortunadamente para el Mono en aquellos tiempos no existían redes sociales porque no quiero ni imaginar ‘el bulling’ del que hubiera sido víctima.
Cartagena era entonces una ciudad floreciente muy pequeña que, con el tiempo y una pléyade de grandes artistas, fue descubriendo la fórmula mágica de un son que se escuchaba con gusto en todo el país y principalmente en todas las esquinas de La Heroica.
En sus inicios, los escenarios no pudieron ser los mejores: la pequeña Plaza de La Serrezuela y el Club de Pesca que se convirtieron entonces en los cómplices que estaban allí esperándolos a todos para llegar a disfrutar y olvidar los problemas que traía el día a día.
Se propuso entonces que fuera el mes de marzo, coincidencialmente, la misma época en la que solían llegar los gitanos al gran Macondo de Gabo. Soplaban las brisas con una estela de felicidad. Todos sonreían y se abrazaban al ritmo de las melodías de las agrupaciones que hacían el deleite de los cartageneros. Lo bueno se acaba y no dura para siempre.
El Festival de Música del Caribe que se había trasladado para la Plaza de Toros, hoy Plaza de Todos, se fue apagando y dicho de la misma boca del Mono y de Paco Onis, los tiempos fueron cambiando. Las puertas se tocaron para encontrar apoyos y nunca se abrieron. Ni las administraciones locales y muy poco la empresa privada. Era un evento que bien manejado y organizado, desde aquella época, podría atraer cientos de turistas llegando a Cartagena y disparando una temporada previa a la mitad de año.
Pero eso si, los que nunca se extinguen y abundan como plaga en la ciudad, son ‘los cacheteros’, cosa que no ha cambiado mucho hoy. Para esa época, al igual que hoy, estaban los políticos (que nunca apoyaban pero que querían ir al gratín); los ‘don Tuvo’ de la ciudad que cada vez que se acercaba marzo salían a reencontrarse con el Mono y preguntarle quién venía para el festival; periodistas; gestores culturales; líderes y Raimundo (no el del reinado) y todo el mundo. Eso, entre otros múltiples factores, llevó poco a poco a la quiebra esta primera temporada de este gran festival.
Cuando hoy soplan vientos de cambio para este evento en el mes de marzo y está renaciendo con fuerza, hay quienes se alegran y postean en sus redes con burla al ver sillas vacías. El abogado Danilo Contreras con una foto disfrutando en la Plaza de Todos asegura: “Yo creo que ni el alcalde Dumek entiende que es lo que desata recuperando el festival. La cultura de la convivencia a partir de nuestras músicas es una clave. El cuento no es por el lado de los «salaos» que le apuestan al fracaso del Festival”.
Ahora resulta que aquellos que cuestionan y tiran por redes son expertos en eventos y, en la ciudad, no se puede hacer un festival si no es el Mono Escobar. Es preferible no hacerlo porque no es el Mono quien lo hace. La verdad son fariseos hipócritas que ni entran al reino de los cielos pero tampoco dejan entrar a nadie. Terminan siendo un balde de Cangrejos ruidosos y torpes que sin saberlo se preparan para formar parte de un arroz lleno de muelas y patas.
La apuesta no es al fracaso, el reto que se ha asumido es llevar este evento a ser uno de los mejores de Latinoamérica. No son los mismos tiempos, estamos de acuerdo. No están los mismos artistas de tiempo atrás porque infortunadamente en la música ha ido involucionando y la tecnología le ha ganado espacio a la creatividad. Pero con todos los inconvenientes que quieran surgir, el desafío es volver a un festival que tenga una segunda oportunidad sobre la tierra.

