Por: Apolinar Moscote

La palabreja rusa que simplemente significa tres o trío, tradicionalmente ha sido asimilada a muchas historias, en las que el número tres ha sido significativo: carruaje de tres caballos, grupo de tres estamentos políticos trabajando en un Estado, grupo de tres funcionarios, coligados en torno a determinados temas, y, por qué no, inventémonos uno: conjunto de tres amenazas que se ciernen sobre una ciudad.

La ciudad, por supuesto, Cartagena de Indias. La troika: Las tres grandes amenazas que, como espada de Damocles penden sobre esta emblemática ciudad y que ponen en peligro sus más importantes fuentes de desarrollo, ingresos y empleo para una ciudadanía, condenada por años a la espera, la explotación y el abandono de un Leviatán, llamado centralismo.

El primer caballo de este carruaje de desgracias que amenaza a la Heroica es, nada más y nada menos, que las tarifas de energía eléctrica. “Solo un milagro, conseguirá tarifas justas y competitivas para la Costa Caribe Colombiana”, ha dicho el alcalde de Cartagena de Indias, después de más de 10 años de reuniones, explicaciones, plantones y todo tipo de circunloquios dialécticos, de los tres poderes de un Estado, timorato y alcahueta, que mira cachazuda y socarronamente, desde sus oficinas refrigeradas, nuestras pataletas de provincianos. De nada sirven nuestros planes, cuidadosamente estudiados, de atraer empresas a la ciudad, ya que estas salen despavoridas cuando les llega el primer recibo.

El segundo corcel de la Troika amenazante, es desconfiado y retrechero y lleva más de 60 años amargándole la vida a la ciudad y a varias generaciones del residencial Barrio de Crespo: El Aeropuerto. Antiguamente llamado Crespo y luego Rafael Núñez, siempre ha sido un verdadero monumento a la desidia, un esperpento atravesado en la mitad de un barrio y una ciudad, que el monstruo voraz del centralismo se empeña en presentar como adecuado, a pesar de su obsolescencia tecnológica y de transporte, del desastre urbanístico y ecológico que representa para un importante sector de la ciudad y a las incomodidades logísticas y administrativas a que somete a millones de turistas que entusiasmados nos visitan y se frustran en las propias puertas de la ciudad, atrapados por el caos.

Por último, el potro salvaje del Canal del Dique que, poco a poco, devora nuestra bahía, recurso inimaginable que alberga casi un centenar de puertos y de cuyos ingresos no vemos ni el afrecho, ya que eso va directico para los andes bogotanos a alimentar una burocracia insaciable y engreída, de cuya tenaza no hemos podido librarnos.

El Canal del Dique, al igual que el aeropuerto, ya pasó del medio siglo de estudios, mesas de trabajo e intrigas palaciegas y, si no nos avispamos, lo más seguro es que aun pasará mucho más tiempo rellenando la bahía con cientos de miles de toneladas diarias de lodo, asesinando los parques coralinos de Islas del Rosario, cuyos ingresos también van directo al páramo, y poniendo en riesgo la vida los mas de 2 millones de humanos que sobreviven, cultivan y beben en sus orillas. De no actuarse rápidamente es muy probable que pronto podamos cruzar la Bahía a pie, saltando de bajo en bajo, hasta llegar a la población de pasacaballos.

En todas partes, pero especialmente en Europa, se escuchan voces airadas sobre el centralismo, sus excesivos controles normativos y su gran burocracia que, a la larga, son un gran obstáculo a la democracia participativa, en donde el pueblo quiere estar cada vez más cerca de donde se toman las decisiones que los afectan. Alcaldes y Gobernadores del Caribe tienen la palabra.

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