Por Danilo Contreras
La milenaria historia del patriarcalismo pesa…pesa demasiado. Y esa carga trágica que arrastra la humanidad se expresa en violencia inenarrable contra las mujeres, desperdicio de su energía creadora, de su productividad, de su capacidad para sostener los tejidos más íntimos y neurálgicos de la sociedad y de su potencialidad transformadora.
La cultura (en lo que incluimos la religión, la política, el arte, la sicología, la sociología, etc.) nos ha formado bajo paradigmas que privilegian la imposición violenta y niegan por cualquier medio una noción de igualdad y concordia. Ha sido el hombre, desde las antiguas mitologías religiosas o paganas, quien se ha impuesto en la determinación del destino de la humanidad, y en tal afán, la mujer ha sido víctima de una nefasta dominación que se camufla en la alegoría que la asimila a una costilla masculina.
Pese a tal infortunio la fuerza de la mujer ha persistido a través de los siglos, sanando, tejiendo, arreglando, restaurando, creando, produciendo, haciéndose responsable, a veces de maneras sutiles, y otras, en buena hora, de formas enfáticas, expresas y propositivas.
Muchos, con evidente torpeza de raciocinio, hemos ido desvelando por cuenta propia, lentamente a través de los años y las experiencias, la gravedad de lo que ha significado desconocer y restar valor a la mujer para la construcción colectiva de una sociedad distinta a la caótica que hoy conocemos. Someterla e ignorar sus visiones ha significado la prevalencia de la violencia y la guerra, la ausencia de compasión, de compresión, de sentido del sacrificio, de justicia y de responsabilidad, todos valores que parecen habitar naturalmente en el espíritu femenino.
La tozudez de la mentalidad machista y patriarcal, ha obligado a las mujeres a luchar sin tregua, a veces de manera silenciosa, otras, abierta y heroica, por el reconocimiento de un lugar de igualdad en el mundo. Cuantas injusticias hemos cometido entonces, al despilfarrar las posibilidades de que la mitad de la humanidad pueda crear, producir, transformar, cuidar, guiar, proteger sin las ataduras que el patriarcado ha impuesto, y sigue imponiendo a la mujer.
El feminismo es una fuerza de cambio, compleja y diversa, que tiene múltiples manifestaciones en distintos niveles, desde el más humilde hogar, hasta las más altas esferas del poder económico, social y político. Y en un mundo en que los hombres conducen a la humanidad al caos y la oscuridad, bien valdría la pena que la mujer tenga amplitud para orientar y liderar, sin imitar, desde luego, los vicios y los errores que los hombres hemos cometido.
Las efemérides no siempre son baladíes y a veces sirven para estas reflexiones, entre ellas esta particular: Que el mejor reconocimiento a la lucha de las mujeres es una ética de respeto hacia ellas y a sus visiones del mundo, pero más importante, según considero, avanzar en un proceso para desaprender todo lo que la cultura nos ha impuesto en perjuicio de la igualdad y el reconocimiento a sus derechos sobre esta tierra.
En mi caso, por fortuna, he vivido bajo el imperio y la influencia de mujeres formidables y amorosas que han dado sentido a mi existencia.

