Por Rodolfo Díaz Wright
Los comunicadores de la ciudad, el país y el mundo están molto felici. La prensa amarilla y de todos los colores esta de plácemes: finalmente tuvieron su noticia de fin de año y viene precisamente de Cartagena, ciudad que por esta época se convierte en punto de encuentro del Jet Set cachaco y de un grupo, a veces importante, de turistas de otras latitudes.
Y no es para menos: nada mejor para cerrar el año noticioso que una mala noticia sobre Cartagena, ciudad de la que, últimamente, se ha vuelto costumbre presentar hechos y sucesos noticiosos extravagantes, desproporcionados y con ribetes tan sensacionalistas, como para llenar páginas y páginas de redes sociales, portales y emisoras de variados pelambres.
Lo que puede pasar inadvertido en cualquier otro lugar del mundo, en Cartagena cobra vida, se reproduce, y adquiere dimensiones carnestoléndicas, alentado casi siempre por un morbo complaciente y una mala leche que, muy en el fondo, se alegra de que a los cartageneros nos vaya mal, que tengamos problemas y le demos validez a viejas doctrinas propugnadas por calvas ilustres que sostienen que, un elemento fundamental de la buena gestión y la sabiduría, está relacionado con la altura y la lejanía del mar.
La versión de una turista que sostiene que, un cochero le cobró 22 millones por un paseo en el centro histórico de cartagena de Indias, ha sido tomada como dogma de fe y, a pesar de lo desproporcionada y exótica, no he escuchado la primera voz que, por un mínimo sentido de ciudadanía y equidad, haya intentado si quiera conocer la otra versión, revisar los hechos y, mediante ese viejo burro de carga que es el sentido común, darle el beneficio de la duda al cochero y creernos a los defensores a ultranza, que existe algo que se llama debido proceso, que debe surtirse antes de pasar a condenar.
Es obvio que los turistas vienen a nuestra ciudad a divertirse, pasarla bien, relajarse y en ningún momento, está dentro de sus planes el tener que defenderse de situaciones anórmales, cobros excesivos, inseguridad y todo tipo de linduras, propias de nuestra falta estructural de políticas y controles para este importante sector. Esto no quiere decir, sin embargo, que no corresponde a los turistas un mínimo de deberes objetivos de cuidado, relacionado con su propia proteccón: planear su ruta, escoger medios de alojamiento y transporte adecuados y seguros, cuidar sus equipajes, dirigirse siempre a las autoridades antes de decidir sobre temas desconocidos, sospechar y descartar situaciones fuera de lo común, como una rebaja de 480 mil a 100 mil o la entrega de tres tarjetas a una desconocida.
En fin, no descartamos la posibilidad de una estafa en el caso del cochero pero, que bueno que las autoridades, una vez conocido el caso se apresuraran a realizar serias investigaciones, aclarar la situación y tomar las medidas correctivas. La peor solución es dejar el nombre de la ciudad y nuestro buen turismo, expuestos a la propaganda destructiva, la maledicencia y el desprestigio. Esa si es mala.