Por: Luis Miguel Altamiranda Archibold

La frase “Para ser político en Cartagena hay que ser embustero” refleja una crítica directa a la clase política de esta ciudad y a la percepción generalizada de corrupción y engaño que afecta a su gobierno local. Esta visión, que puede parecer radical, nace de un sentimiento de frustración por parte de los ciudadanos que han sido testigos de numerosos casos de corrupción, promesas incumplidas y falta de responsabilidad en la administración pública. Sin embargo, al igual que en cualquier contexto, es necesario abordar esta afirmación de manera crítica, considerando los factores históricos, sociales y estructurales que han llevado a que se consolide esta percepción.

Cartagena y la corrupción política

Cartagena, una de las ciudades más icónicas de Colombia, no solo es conocida por su belleza histórica y turística, sino también por sus desafíos políticos. A lo largo de los años, la administración de la ciudad ha sido objeto de múltiples escándalos de corrupción, que van desde desvío de fondos hasta la compra de votos y la entrega de contratos irregulares. Estos hechos han sembrado una sensación de desconfianza en los ciudadanos, que ven cómo sus líderes parecen más interesados en su propio beneficio que en el bienestar colectivo.

El ciclo de clientelismo y promesas vacías

Una de las razones detrás de la percepción de que “para ser político en Cartagena hay que ser embustero” es la prevalencia del clientelismo en la política local. En muchas ocasiones, los políticos cartageneros llegan al poder a través de redes clientelistas, donde se intercambian favores o recursos por votos. Este tipo de relación entre políticos y votantes se basa en promesas que, en la mayoría de los casos, no se cumplen o solo benefician a ciertos sectores.

El clientelismo crea un ciclo vicioso: los ciudadanos, especialmente aquellos en situación de vulnerabilidad, terminan apoyando a políticos que les ofrecen soluciones inmediatas a cambio de su voto, sin considerar las consecuencias a largo plazo. Los políticos, por su parte, recurren a la mentira y el engaño para asegurar su posición en el poder, perpetuando un sistema donde la corrupción florece y las necesidades de la población quedan insatisfechas.

La responsabilidad ciudadana

Aunque la percepción de que la política en Cartagena está dominada por el embuste es fuerte, no toda la responsabilidad recae en los políticos. La ciudadanía también juega un papel crucial en la perpetuación de este sistema. La falta de participación política informada y la aceptación de las redes clientelistas contribuyen a mantener el statu quo. En muchos casos, los ciudadanos se ven atrapados en un ciclo de desesperanza, convencidos de que todos los políticos son iguales y que nada cambiará.

Sin embargo, es importante reconocer que la política es, en última instancia, un reflejo de la sociedad. Si bien existen líderes deshonestos, también hay ejemplos de personas comprometidas con mejorar la ciudad. Cambiar la política en Cartagena requiere una ciudadanía activa y crítica, que exija transparencia y rendición de cuentas, que se informe antes de votar y que no acepte las promesas vacías que han caracterizado a muchas administraciones.

¿Es posible una política sin embusteros en Cartagena?

A pesar de la prevalencia de la corrupción y la embustería en la política cartagenera, afirmar que es imposible ser un político honesto en esta ciudad es simplificar la situación. Existen líderes locales que han intentado romper con el ciclo de corrupción y que han trabajado por el bienestar de la comunidad. La clave para transformar la política en Cartagena no está en aceptar la embustería como algo inevitable, sino en fortalecer las instituciones y en promover una cultura política donde la transparencia y el servicio a la comunidad sean valores fundamentales.

El cambio no es fácil ni inmediato. Cartagena enfrenta grandes desafíos en términos de desigualdad, falta de infraestructura y pobreza, y estos problemas son, en muchos casos, agravados por la corrupción. Sin embargo, la presión de la ciudadanía y el fortalecimiento de las instituciones de control pueden ayudar a crear un ambiente donde la embustería no sea la norma, sino la excepción.

Decir que “para ser político en Cartagena hay que ser embustero” refleja una profunda frustración con el estado de la política local, pero es una afirmación que no debe tomarse como una verdad absoluta. Si bien es cierto que la corrupción y el clientelismo han marcado la historia política de la ciudad, también existen oportunidades para el cambio. Cartagena no tiene que estar condenada a una política de engaño y manipulación; con la participación activa de la ciudadanía, el fortalecimiento institucional y el surgimiento de líderes comprometidos, es posible transformar esta realidad.

El camino hacia una política más honesta en Cartagena es largo, pero no imposible. La clave está en romper con el ciclo de clientelismo y corrupción, y en fomentar una cultura de participación ciudadana informada y crítica. Solo así se podrá construir una ciudad donde la política no esté asociada al embuste, sino al servicio genuino a la comunidad.

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