La Minga ha copado la atención de los medios durante los últimos días. No es para menos, pues se trata de la expresión política más relevante en el actual debate público de una democracia amenazada gravemente como la nuestra. Hoy sorpresivamente, la Minga inicia el retorno a sus territorios ancestrales, con el mismo talante pacífico y digno con que arribo a la capital de la República. Eso alienta algunas lecciones, según mi humilde parecer.

La Minga tiene una profunda significación de lucha de resistencia y reafirmación cultural de un estamento esencial al ser nacional que ha sido sistemáticamente perseguido y exterminado, desde la conquista hasta nuestros días, ese es un hecho avalado por la historia y las frías estadísticas. Pero también es profundo el significado que tiene esta manifestación sociológica en la reivindicación de la deliberación pacífica como elemento central e insustituible de una democracia verdadera.

La Minga ha desnudado al poder nacional en su condición discriminadora, hegemónica, fundamentada en privilegios y obtusa, sobre todo esto, obtusa. Los conciudadanos indígenas vinieron en paz a la capital de la nación a reclamar por la vida sin ser escuchados; ahora regresan en paz sin ser escuchados, pero con la dignidad fortalecida en el talante moral y la fortaleza ética de su causa, que es la causa de la democracia amenazada que se ha patentizado en el proceder fascista del Estado, materializado en masacres como la de los aciagos días del mes de septiembre en Bogotá. La causa de la Minga es la causa del respeto a la vida de todos, sin distinciones o privilegios. Ellos, la Minga, están en un pedestal moral que no alcanzan quienes les han pretendido despreciar, negándoles la palabra.

Más alarmante podría considerarse el difundido concepto de “narcominga” o “minga infiltrada” o “minga de vagos” que profesa un número demasiado alto de conciudadanos, entre quienes no dudo que prevalece un fuerte e injustificado sentido de superioridad racial respecto de quienes son nuestros connacionales y de quienes hay mucho que aprender. Ese racismo que subyace en estas expresiones prejuiciosas menoscaba gravemente el sentido humanístico de quienes así opinan. Pues ya ven estos colombianos que la Minga vino en paz y regresa en paz y que no vinieron a narco traficar, ni a promover una rebelión armada guerrillera, ni a vagar, vuelven a sus campos a laboral la tierra, dejando a quienes puedan entenderlo, un mensaje indeleble de dignidad en la lucha por los derechos y la democracia.

El gobierno nacional basó la argumentación de su rechazo al diálogo, en el hecho de que la Minga manifestó desde el principio que su naturaleza era política. Con un sentido de culpa que hace recordar a Raskolnikov, el gobierno calificó ese diálogo como un juicio que era imposible. El dialogo público, la deliberación, el debate, es el elemento esencial de una democracia sustancial. Sin discusión no hay democracia posible. Luego, si el diálogo sobre los temas nacionales es democracia, la naturaleza “política” de la Minga estaba más que justificada.

La democracia se ha venido acrisolando a través de los siglos y las turbulencias, como un valor, un principio, una actitud ética y moral que va más allá de los textos Constitucionales y legales que en teoría le impiden al presidente asistir a un debate abierto con los indígenas. El presidente amparado en un mal entendido presidencialismo, incurre en un rezago monárquico (el rey no desciende a dialogar con los súbditos); pero bueno, cada quien es dueño de sus ridiculeces.

Contrario a esto, hay quienes sostenemos que estaba más que justificada la deliberación en torno a los asesinatos sistemáticos de las etnias y sus posibles causas. No deliberar al respecto, es una profunda negación de la idea democrática. Mientras nuestros conciudadanos de la Minga, vienen a hablar en paz del genocidio del que siguen siendo víctimas, el Estado se niega o evade, en actitud sospechosa y reduciendo el valor de la política como arte del diálogo y la construcción de consensos.

En una democracia que considere la deliberación sustentada en argumentos respetables y respetuosos como su esencia, así como lo hacía ya el gran Pericles en la vieja Atenas, en tanto realización de la libertad y la igualdad de los ciudadanos sin importar lo radical de las posturas, se precisan estos espacios, pues si no se preserva el terreno en el cual exponer los conceptos, incluso los más disimiles, lo que queda es la barbarie.

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