En el ecosistema mediático contemporáneo, el clickbait se ha convertido en una moneda corriente: titulares rimbombantes, frases sacadas de contexto, y anuncios disfrazados de noticias que apelan al miedo o la curiosidad para atraer clics o posicionar las noticias en el denominado SEO. Sin embargo, detrás de esta estrategia que busca rentabilidad inmediata, se esconde un fenómeno de profundas consecuencias sociales: la construcción artificial de una percepción de inseguridad entre los lectores digitales.

El clickbait en temas de seguridad suele presentarse con fórmulas repetidas: “¡No creerás lo que pasó en este barrio!”, “Cartagena vive su peor noche de terror” o “Una ola de crímenes sacude la ciudad”. Pocas veces los datos respaldan esos titulares. Un hecho aislado se magnifica y se generaliza, creando en el lector la sensación de que el peligro es permanente, cercano y omnipresente. El efecto es inmediato: ansiedad, desconfianza hacia el entorno, y una percepción distorsionada de la realidad que no necesariamente corresponde a las cifras oficiales ni a los patrones reales de criminalidad.

La lógica del clickbait no se limita a informar; convierte la inseguridad en espectáculo. Cada robo menor se narra como si fuera un episodio de una serie policial, cada estadística se infla sin contexto, cada video viral se inserta en un relato de “ciudad sitiada”. El problema no es solo de forma: el consumo repetitivo de estos contenidos moldea la opinión pública, refuerza prejuicios y condiciona la manera en que los ciudadanos entienden su entorno urbano. Una percepción de inseguridad exacerbada puede ser más dañina que la inseguridad misma.

Este fenómeno no se queda en la esfera digital. La amplificación del miedo tiene efectos en las decisiones colectivas: incrementa la presión para políticas de “mano dura” sin evidencia de efectividad, fomenta la desconfianza hacia las instituciones, y alimenta la estigmatización de barrios, comunidades o grupos sociales. En sociedades desiguales, el clickbait sobre inseguridad termina por reforzar fronteras invisibles entre “zonas seguras” y “zonas peligrosas”, muchas veces más definidas por el morbo periodístico que por datos reales.

El clickbait, en apariencia inofensivo, es en realidad un atajo riesgoso que degrada la confianza en los medios y acentúa la brecha entre percepción y realidad. La responsabilidad del periodismo no es generar pánico, sino brindar información veraz, contextualizada y contrastada. Renunciar al clickbait no significa renunciar a la audiencia, sino apostar por un público que valore la credibilidad por encima del escándalo.

El clickbait es rentable a corto plazo, pero caro en términos sociales. Alimenta un ciclo de miedo que distorsiona la percepción ciudadana, mina la confianza institucional y condiciona las políticas públicas. Ante ello, el reto para los medios digitales es claro: priorizar la información sobre la manipulación, el contexto sobre la exageración, y la verdad sobre el clic fácil. Porque la seguridad de una sociedad también depende de la seguridad informativa.

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