Por: Henry González Ortiz – Docente Programa Ciencias Políticas – Universidad Autónoma del Caribe

Donaldo se llamaba y cariñosamente le decían El pato. Era grandote, fornido, blanquito, bien alimentado. Era hijo del carnicero, el ricachón del barrio. Se creía de mejor familia y con derechos a mandar en el barrio. Estudiaba en colegio privado y sus juguetes eran los mejores: tenía todo tipo de ametralladoras, aviones, carritos de combate, pistolas, naves extraterrestres.

Alardeaba de todo su arsenal cada vez que podía. Su casa era la más grande y vistosa de todas las casas. No dejaban entrar a nadie. Era un bunker. Todos esos lujos porque la familia de El Pato obligaba a los vecinos a comprar la carne en su carnicería, ya que era la única que había en cincuenta cuadras a la redonda. Sus papás no dejaban montar otra más utilizando todas sus influencias y dinero. Ponía los precios que quería. Abusaba de sus clientes. Y para colmo de males, todos en el vecindario compraban fiao y eran deudores del carnicero, quien era el prestamista de los vecinos. ¡Todos le debían algo!

            El Pato cuando salía a la plazoleta a jugar con el resto de muchachos siempre quería imponer sus reglas. El que no estaba de acuerdo lo empujaba y lo sacaba del juego. Claro, él podía hacer eso. Además de grandote, era el rico y dueño del balón y todos los juguetes. Siempre quería ser juez y parte en los pleitos de muchachos y apoyaba a un grupito que tenía de preferidos. Fácilmente se enojaba y empujaba y buscaba pelea con quien fuera que no siguiera sus instrucciones e imposiciones. Una vez tumbó a Jacobo y nunca dejó quieto al dominicano que vivía en la plazoleta. Fue a la casa de los Noriega y saco a patadas y bofetadas a Manuel solo porque no le hacía caso. Tenía influencias en otros barrios. Odiaba a los turcos. No congenió con Muammar y lo echó de su casa y del barrio. La misma suerte corrió el turco Saddam. Cuando algún vecino le prohibía a su hijo que jugara con El Pato, este iba a su casa a gritar improperios y patear la puerta, metiéndose en los asuntos internos de esa familia. Incluso, ha llegado a lanzar piedras y ha roto vidrios. Nadie le puede decir nada porque su familia tiene influencia en las altas esferas y los vecinos por deberle tienen miedo de pelear con él y luego no poder acudir al carnicero por carne fiada o por algún préstamo de urgencias.

            El Pato hace lo que le da la gana. Ha echado vecinos de sus casas haciéndole la vida imposible. Una vez vivían unos chinitos tranquilos en sus casas y al Pato y a su familia les encantaba la casa, la querían. Como los chinitos, creo eran de Vietnam, no se la quisieron dar, por mucho tiempo le lanzaban piedras, golpeaban a los muchachos, enviaban matones a amedrentarlos, hasta incendiaron parte de la casa. Pero los chinitos no se dejaron. Cada vez que podían se enfrentaban a El Pato con sus pocas armas y sobre todo con dignidad. Alguien le recomendó a la familia de El Pato que dejara eso así que se podía complicar y que se fuera tranquilo. Pues así le toco hacer. ¡No pudo con los chinitos!

Pero en otras casas El Pato ha hecho y desecho. Lo último fue que quería que por el jardín de la casa de una familia turca del barrio pasara una tubería que le iba a dar gas a ellos y a otros ricachones de otra región del pueblo. Pues el turco Bashar le dijo que no, porque eso iba a dañar su jardín y que, además, ya había charlado con su gran amigo El Persa para que pasara otra tubería pero por el patio de su casa que iba a llevar gas a esas mismas personas. El pato se enojó porque no gustaba de El Persa. Este siempre se le paraba y aunque muchas veces El Pato lo aislaba de los demás, nunca se dejó arrinconar. Pues, ¿qué creen que hizo El Pato y su familia? Pues, pagaban delincuentes para que se metieran a robar y a dañar la casa de El Turco; intentó poner a pelear a los hijos con el papá, inventó todo tipo de historias falsas y se inventó que dentro de la casa de El Turco se trataba mal a los niños, que le pegaba hasta el desmayo a su señora esposa, que abusaba de la joven del servicio doméstico. No contento con decirlo, tomaba supuestas fotos desgarradoras, las pegaba en cartulinas y las mandaba a pegar en las paredes del barrio. Sin comprobar nada, solo con su palabra y gritando que El Turco era un abusador y mala persona, El Pato decidió tomar la justicia en sus manos y atacar con peñones la casa de El Turco, rompiendo vidrios, techo y destruyendo cosas dentro de la casa.

          Con esta actitud arrogante, injusta e irresponsable de El Pato, El Turco trajo de otro pueblo un tipo no tan alto, eso sí fornido y bien alimentado para que lo ayudara a resolver el problemita que tenía con el pato. Le decían El Espía. El tipo también tiene los mismos juguetes que El Pato, y quizá más. Es deportista y especialista en artes marciales. Además, ya era viejo conocido de El Persa y sale junto con un chino los fines de semana. Así que por primera vez El Pato tiene que enfrentar a alguien de su misma calaña y poderío y en eso se encuentran ahora: peleándose por El Turco. Por ahora lo están haciendo de palabras. Si ellos llegasen a pelear de puños la cosa se pondría color de hormiga. ¡Podría haber muerto en el vecindario! Ojalá todo se tranquilice y El Pato aprenda que el vecindario no es de él y que él no es nadie para estar metiéndose en las cosas de las casas ajenas. ¡Dedíquese a su mansión que bastantes problemas deben tener en su familia!

Pero el Pato no se quedó tranquilo. El Espía había mancillado su ego. No podía verse mal ante sus vecinos. No era posible que un advenedizo viniera y se metiera en sus cosas. Un día sin son ni ton decidió aliarse con un vecino del patio de la casa de El Espía y le prometió cielo y tierra con tal que comenzara a molestar a su vecino. El vecino, que tenía problemas con El Espía hacia rato, accedió y comenzó lanzando piedras y peñones a su portón, esperanzado en que El Pato iba a entrar en la pelea para ayudarlo y no fue así. El Espía con el fin de llevar la cosa tranquila solo se dedicó a lanzar advertencias. Pero la copa se derramó cuando el vecino quiso permitir que El Pato se instalara en el jardín de su casa para desde allí, junto con otros amigos, lanzar ataques con todo tipo de objetos y de esa manera desquitarse la ofensa que El Espía le hizo en su propio barrio. El Pato y sus amigos quedaron atónicos al ver la respuesta de El Espía: se metió un día a la casa del vecino amenazando con quitársela por haber permitido que El Pato llegara hasta su casa para atacarlo. Fue tan agresiva la respuesta de El Espía que El Pato recogió sus juguetes, piedras y palos y se alejara dejando abandonado a su suerte al vecino del patio trasero de la casa de El Espía.

Un comentario en «EL BUSCAPLEITOS DE LA CUADRA»

  1. Excelente cuento que narra la geopolitica al alcance de todos quienes siguen las noticias de los enfrentamientos entre los imperios

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