Rapsodia sobre un título dado – Por Francisco Lequerica

El día en que me iban a pagar, me levanté a las 5:30 de la mañana para refrescar el Nequi: nada. Esto ya venía de atrás, de mucho atrás. Cuando Dau llegó a la administración, fue la primera vez que alguien por quien había votado en un sufragio se declaraba ganador. Feliz, le ofrecí un show gratis en La Perimetral para su posesión el 1º de enero. Y desde entonces, todo ha sido cuesta abajo: la constatación de que todo era una tapadera para ofrecer el patrimonio distrital al mejor postor, abriendo la puerta a todo tipo de injerencias ajenas en los procesos locales que solo aplastan las iniciativas de la ciudad.

El IPCC, bajo Saia Vergara, se dedicó desde un primer momento a promover el ocio por encima de la cultura, y desconoció todo proceso local que estuviera aportando a la sociedad. Desde el sector sinfónico, como director y cofundador de la Camerata Heroica, una orquesta independiente que se ha dedicado a estrenar material propio con un sello identitario local, hemos sentido la indiferencia, el rechazo, y la autocracia del IPCC. Camerata Heroica propuso un proyecto de ciudad que ya había dado frutos, y recibió una injustificada indiferencia y una dilación indeterminada (que hasta hoy dura) en otorgar una simple cita a actores reconocidos del sector.

Además, el IPCC se ha reunido, ha firmado convenios y ha otorgado espacios patrimoniales prioritariamente al foráneo Festival Salvi, persistiendo en el delirio de que no había sector sinfónico en Cartagena antes o fuera de dicho festival, desconociendo y subestimando así los procesos locales. Saia me bloqueó en todas sus redes desde febrero, sin que hubiera tenido oportunidad de dialogar con ella, y tuve que soportar que un reclamo de mi parte (mucho más diplomático y comedido que este más reciente, que tanto se ha regado), me valiera una llamada moralizante y condescendiente del cuestionable Rafael Vergara, padre de la directora del instituto (sigo ignorando quién le dio mi teléfono).

Poco después, sin que se hubiera dado continuidad a las citas que cada vez más artistas solicitaban al instituto, en el meollo de unos concursos visiblemente improvisados y mal redactados y concebidos, que denotan una singular falta de experiencia (por lo que su torre de marfil se hace más precaria), trascendió que el instituto “monitoreaba” mis redes y conversaciones, lo cual causó indignación en el gremio según muchos constataban que habían sido añadidos a una especie de “lista negra”.  

Participé en el concurso de composición musical, cuyas condiciones cambiaban cada semana, y cuyo veredicto mereció cuatro (4) posposiciones con acta y todo, más que nada por la necesidad material a la que –como a todo el sector– me ha sometido la crisis provocada por la pandemia. Muchos ganadores del concurso llevamos casi dos meses, desde que nos declararon ganadores, sin cobrar el premio que, se suponía (tal fue la razón del concurso), estaba diseñado para aliviar al sector en crisis.

Algunos (que no cuestionaron al IPCC) ya han cobrado, y la mayoría no, al momento de escribir estas líneas. Sin embargo, el alcalde ya ha anunciado que hay 80 millones para un concurso que en nada aporta a la cultura del distrito, si no en distraer aún más, como la mano visible de un mago sosteniendo una chistera mientras con la otra efectúa su hábil truco. Hace algunas semanas el asesor del IPCC, Rubén Egea, me propuso un “canje”: tocar (gratis) cuatro obritas de Mejía en un concierto en el homónimo teatro, con motivo de las fiestas de la Independencia, para “no tener que” realizar la difusión en bibliotecas de mi obra a la que me ligan mis condiciones de ganador. Me tomé esto como un insulto a la obra ganadora, y un sinsentido absolutamente falaz, en el que se implica el menosprecio de la valía del premio que ellos mismos otorgaron. Evidentemente, decliné la oferta.

Todo, absolutamente todo lo que el IPCC ha hecho en su gestión pública, demuestra improvisación y amateurismo, difícilmente conjugables con una negación a asesorarse debidamente y a tomar contacto con los actores de cada gremio, así como con la promesa (hoy defraudada) que en algún momento llego a representar Dau. Algunas personas se indignan por las formas de mi mensaje de hoy, como si no fuera más nefasto el trato del instituto y la soberbia de la administración Dau en general (o sus propias formas), como si no fueran más hirientes sus debilitantes políticas y procederes que ponen mi salud en peligro, que mancillan el honor y la dignidad de todo un gremio, que mis pobres palabras de hambriento indignado, que debe medio año de arriendo, las cuales sirven esencialmente para desahogarme, y por las cuales no me disculpo en absoluto.

Rafael Vergara me envió un mensaje de voz diciendo que yo era una vergüenza, como si él tuviera autoridad ética alguna para opinar, o como si no fuera el dueño de ese chuzo, el que puso a su hija ahí por politiquería. ¡Celebro haberlo ofendido: no es la mínima parte de cómo se sienten las consecuencias de sus actos! La verdadera víctima de la mala fe del IPCC es “Benkos”, mi obra que ganó el concurso: lamento que no le otorguen visibilidad porque no les caigo bien, lamento que no estén negociando (con su amiguita Julia Salvi, por ejemplo) para exigir que se estrenen obras cartageneras en ese bendito festival de música que tan poco nos deja, y en concreto “Benkos”, que por algo habrá ganado, modestia aparte. Los artistas somos conscientes de nuestra importancia, pero ésta se ve constantemente subestimada por la sociedad, como si fuera un estéril capricho el de dedicarse a cultivar la sensibilidad que tanto necesitamos, así como la técnica para adquirir un lenguaje referenciado y universal, que nos permita dotarnos colectivamente de una expresión pertinente.

El IPCC de Saia Vergara es un ente de pacotilla, una fachada populista incapaz de generar contenido útil para construir el distrito desde el arte, que le ha abierto la puerta a la gestión privada del patrimonio para continuar el histórico saqueo de nuestra ciudad desde Pedro de Heredia, que no admite crítica y se cierra sistemáticamente al diálogo porque carece de referencias y de argumentos, que le ha cerrado la puerta y se ha burlado de casi todas las iniciativas artísticas que le han tendido la mano.

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