Por Dolly Huertas Cruz
Cartagena está en manos de la delincuencia, de eso no cabe duda. El 14 de julio veíamos cómo un matón baleaba al jóven abogado Sergio Andrés Díaz Barrios en Los Alpes barrio donde se cometen atracos a diario, hace pocos días en el 20 de Julio un presunto ajuste de cuentas deja como saldo a dos personas acribilladas en la vía pública, pandilleros atracan a un operario de Aguas de Cartagena, los vecinos de Nuevo Campestre piden ayuda por la ola de atracos, lo mismo ocurre en La Castellana, Alto Bosque, El Recreo, Blas de Lezo y la lista es extensa.
En resumen, Cartagena está sitiada por la delincuencia, los hampones se pasean en moto como Pedro por su casa haciendo de las suyas sin que nada ocurra. Los ciudadanos además de confinados por la Pandemia del Covid 19, temen salir el día que los obliga el trabajo o la urgencia de abastecer el hogar porque en cada paso están en la mira de los matones.
La cuestión es, ¿Hasta dónde vamos a llegar? No es posible que sin ninguna consideración ataquen a balazos a una persona por robarle sus pertenencias y no pase nada. No hay capturas, no hay investigaciones que conduzcan a un resultado, todo queda en estadísticas. A fin de mes, Sergio Andrés será solo un número que registran los medios y que sumarán las autoridades para decir que cumplen con su trabajo. Pero más allá de eso es una familia que pierde sueños e ilusiones, pierde vida, gana muerte y desconsuelo. Es una comunidad que se debate en la desesperanza y la rabia. Es una ciudad que muere lentamente ante indolentes verdugos y el silencio cómplice de quien tiene que poner orden.
¿A quién tendremos que recurrir como ciudadanos para que cese la inseguridad en nuestros barrios? La Alcaldía no se manifiesta y los policías son tristemente célebres por acuartelarse en sus estaciones a hacer uso de sus teléfonos celulares y, últimamente por abusar de la fuerza y la autoridad ante cualquier requerimiento de la ciudadanía. Pero lo más grave es que parecen tener la venia de un alcalde silente en materia de seguridad. Refugiado en el Palacio de la Aduana, de donde asoma la cabeza solo para señalar corruptos, dejando la ciudad algarete. Los negritos del “Pie de la Popa hacia allá” que hagan lo que quieran mientras su dedo inquisidor apunta a quien se atreva a cuestionarlo. ¡Ayuda! Nos están matando y nadie hace, ni dice nada.

